Cajal, educador y político

Cuando Cajal se prestó a grabar su voz el 3 de diciembre de 1931 para quedar registrada en el Archivo de la Palabra que estaba organizando el fonetista Tomás Navarro Tomás, orientó el grueso de su intervención  a comunicar una serie de pensamientos de tendencia educativa. En esas reflexiones se manifestó como un firme defensor del poder de la fuerza de voluntad. No ha de sorprender por tanto que su obra más leída y traducida, las  Reglas y consejos sobre investigación científica, la subtitulase Los tónicos de la voluntad en su edición de 1916.

Alumnos
Estudiantes y profesores de la Facultad de Medicina de Madrid. Legado Cajal-CSIC. LC01913

Ese afán didáctico de Cajal, visible desde su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias en 1897, cabe relacionarlo con el papel que adoptó como maestro y guía de los jóvenes investigadores a los que quiso orientar por los vericuetos del trabajo experimental en una sociedad que tenía un tejido científico endeble. Por ello se esforzó en explicar cómo se podían sortear los obstáculos que se presentan en cualquier trayectoria investigadora, mediante buenas prácticas como la independencia mental, la curiosidad intelectual y la perseverancia en el trabajo, entre otras.

La fortuna que tuvo Cajal es que el programa que expuso en Los tónicos de la voluntad caló en la sociedad española a medida que se fueron consolidando sus éxitos científicos hasta la obtención en 1906 del premio Nobel de Fisiología o Medicina junto a Camilo Golgi. Poco antes de obtener la máxima distinción científica que le catapultó a la fama fue tentado por el líder liberal Segismundo Moret para ser ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. Declinó la oferta, pero meses después, cuando otro ministro liberal -el médico Amalio Gimeno- decidió crear la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), Cajal sí dio un paso al frente y se hizo cargo de la presidencia de esa institución, que llevaría a cabo un papel fundamental en la estructuración de un sistema científico en el seno de la sociedad española a lo largo del primer tercio del siglo XX. Bajo su dirección la JAE logró crear nuevas instituciones científicas como el Instituto Nacional de Física y Química y el Centro de Estudios Históricos y dinamizar otras antiguas como el Museo Nacional de Ciencias Naturales. 

Mediante su capacidad de negociación con distintas fuerzas políticas, gracias a su prestigio social, Cajal logró captar recursos para la JAE, y consolidar a grupos de investigadores en diversas ramas del conocimiento. De manera que cuando escribió El mundo visto a los ochenta años e hizo un balance de su gestión como responsable de la política científica, pues presidió la JAE hasta su fallecimiento en 1934, consideró que grupos de investigadores españoles podían homologarse con los de los países más avanzados en el sistema científico internacional. Determinados observadores de aquella época consideraron que España, bajo el liderazgo de Cajal, transitó de la importación a la exportación de conocimientos científicos.

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Profesores de la Facultad de Medicina de San Carlos de Madrid. Litografía. Julio Cortiguera, 1908. Legado Cajal-CSIC. LC11371

Al morir, un editorialista de un periódico consideró que “era una cumbre en el paisaje moral de España”. Era una opinión ampliamente compartida. En una sociedad tan escindida como la española Cajal fue querido y admirado por tirios y troyanos. En ese culto cívico que se le brindó jugaron un papel importante docentes de diverso tipo y condición que lo adoptaron como un referente de ciudadano ejemplar, según se comprueba en su correspondencia. 

Algunas de las cartas recibidas las respondió solícito, enviando, por ejemplo, su retrato a los alumnos de la escuela del pueblo toledano de Velada que se lo pidieron, allá por enero de 1933, por considerarlo un “sabio incomparable”. 

 

 

Leoncio López-Ocón, Instituto de Historia, CSIC