Cajal, artista

"neurona"
Dibujo científico de Santiago Ramón y Cajal. Astrocito de tipo mixto, capa molecular del cerebro. Legado Cajal-CSIC. LC02697

Los caminos del arte y la ciencia no están conectados, son los mismos. Los sujetos que los emprenden, sean pintores, histólogos, dibujantes o naturalistas, entregan sus horas a experimentar y representar la realidad. Su método es la observación detenida, la interrogación sobre la naturaleza de las cosas. Su oficio consiste en ver y hacernos ver. El pintor Paul Klee dijo que el arte no reproduce lo visible, sino que hace visible lo invisible. ¿Y qué otra cosa si no hace la ciencia? El escritor Ramón Pérez de Ayala, a su vez, definió al artista como alguien entregado a ver las cosas por primera vez, un comentario que retrata la figura de Santiago Ramón y Cajal hasta el punto de que lo registró él mismo en sus Reglas y consejos sobre investigación científica: los tónicos de la voluntad.

Aficionado al dibujo y la pintura desde niño, Cajal también sufrió el hechizo de la fotografía siendo aún adolescente. Obligado por su padre a estudiar medicina, encontró en la anatomía el territorio donde encauzar su vocación temprana por el lápiz y las formas. La familiaridad con las reacciones a las sales de plata y las técnicas de revelado le ayudaron a mejorar el método de Golgi para preparar las tinciones histológicas. En ambos casos, la imagen latente se aparecía antes sus ojos después de una serie de operaciones que unos calificarán como químicas y otros artesanales. 

A través del microscopio Cajal penetró en los tejidos nerviosos como nadie lo había hecho antes. En el interior de una selva de axones y dendritas, de nidos, cestas y ramificaciones, pudo distinguir que entre unas células y otras había contacto, pero no continuidad. Las neuronas eran discretas, independientes. Es la base de la teoría neuronal. La información circulaba a través de ellas mediante unos impulsos o flujos que aún no se sabía bien si eran electromagnéticos, químicos o las dos cosas. Son las sinapsis. Cajal dibujó unas flechas características para indicar en qué dirección viajaba dicha información nerviosa: ver las cosas por primera vez, hacer visible lo invisible.

Cajal
Autorretrato de Cajal en su laboratorio de Valencia. h. 1885. Copia digital de placa al gelatino-bromuro. Legado Cajal-CSIC. LC00611

Cientos de dibujos acreditan su agudeza visual y su destreza. También su capacidad de síntesis. Las células piramidales parecen irradiar luz desde su cuerpo central (soma). La frondosa célula Purkinje expresa la gran densidad electrofisiológica que mueve y alimenta la actividad cerebral. Los astrocitos hacen honor a su nombre. En la retina se alinean bastones y conos, que trasladan la información a las células bipolares y éstas a las ganglionares. Es un universo nuevo, que inspirará a neurocientíficos, histólogos, pintores de vanguardia y poetas. El hecho de que muchos de estos dibujos fueran realizados en sobres, postales, reversos de cartas y otros soportes de desecho muestra la genialidad cotidiana, el carácter mundano de la práctica del laboratorio.

Desde allí nos mira en su famoso autorretrato de 1885, hundido sobre su mesa de trabajo, rodeado de frascos, tintes, microscopios y un microtomo, a punto de caer rendido y de soñar con formas inimaginables. Autorretratarse es un gesto netamente artístico, algo que lo emparenta con Durero, Rembrandt o Goya. De hecho, a menudo se le ha comparado con Leonardo da Vinci, por cómo resolvió sus inquietudes científicas con procedimientos artísticos. Se mire por donde se mire, Cajal fue uno de esos genios que pensaban con imágenes y con las manos. 

 

 

Juan Pimentel, Instituto de Historia, CSIC